Satélites de Mbappé

Buenos días. A Mbappé hay que darle vueltas como un satélite lo haría respecto al planeta en cuya órbita enloquece. No sabemos ni cuánto tiempo llevamos así. Nuestro instinto nos dice que acabará siendo nuestro, porque de algo tiene que valer este eterno recorrido a su alrededor, la elipse desquiciante, la ronda perpetua. Esto tiene que acabar bien, nos repetimos para no sucumbir al mareo y la desesperación, aunque en nuestro fuero interno reconozcamos la voz del simple instinto de supervivencia.

No, no tiene por qué acabar bien, y haríamos bien en estar preparados para ello, de igual manera que el ser humano debería estar listo para extinguirse con el menor trauma posible. En La conquista de la felicidad, advierte Bertrand Russell del infantilismo de creer en el Más Allá por la razón acientífica del propio deseo, de la propia necesidad de que sea cierto. “En ninguna parte está escrito que esto tenga que acabar bien”, apostilla el filósofo con dolorosa lucidez, y con Kylian sucede tres cuartas partes de lo mismo.

En este sentido, la portada de As de hoy responde a un ejercicio de realismo que es de agradecer, y mira que el relañismo postRelaño no es santo habitual de nuestra devoción. No es santo, de hecho. Pero hay un amago de desmarque de portadas anteriores, en los que el fichaje se mediodaba por hecho y se caracterizaba como poco más o menos que inminente con el objetivo no declarado, pero claro, de desencadenar un caudal de decepción antiflorentinista en el lector vikingo cuando el fichaje permanezca pendiente o irrealiazable.

Hay más honestidad en esta primera plana que en aquellas. Mbappé puede venir y puede no venir. El jeque puede ofrecerle, casi literalmente, todo el oro del mundo. Es así como, para el madridista medio, creer en la posible llegada de Mbappé viene a ser lo más parecido posible a creer en el ser humano. Si en el corazón del hombre anida aún una aspiración de nobleza capaz de imponerse al canto de sirena del vil metal, Mbappé vendrá. Si en el alma del hombre moderno reside aún un atisbo de ambición de gloria capaz de prevalecer sobre la llamada del dinero, Mbappé vendrá. Para el madridista, se trata de la incógnita del porvenir cercano que, de un modo tan anecdótico como definitorio, va a determinar de manera casi infalible si vale o no vale la pena albergar todavía algo de fe en la grandeza de esta especie animal que ha dominado el planeta durante siglos, con resultados a la vez prodigiosos y catastróficos. Mbappé como baremo de esperanza en el género humano.

El Madrid está en condiciones de ofrecer a Mbappé mucho dinero, pero no todo el dinero del mundo. Eso solo puede ofrecerlo el jeque, este jeque u otros jeques, jeques con o sin turbante, gente con todo el poder del oro negro o del esplendor zafio de los magnates (lo que sucede es que es el jeque del PSG el que ya lo tiene dentro). A cambio, el Madrid puede ofrecer el desafío incomparable, casi irracional, de seguir dando continuidad a una grandeza pretérita que ni tiene parangón en el anteayer, el ayer y el casi hoy. Si queda un rastro de belleza en este mundo grosero, Mbappé será nuestro, y lo será más pronto que tarde.

La prensa cataculé, entretanto, especula con el fichaje express con el que el Barça pretende suplir la baja de larga duración (?) de Dembélé, a quien traen a portada con cara de acabar de despertar sobresaltado en un aeropuerto jamaicano. El que venga ahora a suplirle no será precisamente Mbappé. Puede ser tu vecino del quinto, querido galernauta. Puedes ser tú. Reza por contar con el favor del pequeño dictador argentino.

Marca, por su parte, trae como plausible argumento principal la Copa del Rey de baloncesto, donde las espadas están para los de Laso en todo lo alto. Leed la estupenda previa de Ramón Bobillo en La Galerna, y pasad un buen día.

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